Soberanía e Integración frente al Nacionalismo Aislacionista

Soberanía e Integración frente al Nacionalismo Aislacionista

La pasividad de los espacios multilaterales ante la dinámica geopolítica global ha deslegitimado su rol fundacional. Su incapacidad para hacer frente a los desafíos que trajo la caída del muro de Berlín y la consolidación del paradigma neoliberal junto con una globalización vertiginosa, ha dado pie a una progresiva reconfiguración del sistema internacional. La hegemonía y la unipolaridad pasó a un terreno de disputa, poniendo en jaque la teoría del “fin de la historia”.

La pandemia, la guerra ruso-ucraniana y el conflicto en Gaza han hecho más que evidente la impotencia de los organismos internacionales frente a la dinámica internacional, en especial, las instituciones de Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad. Además, esta incapacidad desencadenó una nueva ola de movimientos políticos nacionales, escépticos frente al multilateralismo y reaccionarios en sus formas.

En este contexto, resulta crucial diferenciar el globalismo del multilateralismo. El primero, según la historia reciente, ha implicado la hegemonía del poder; el alineamiento forzado de la periferia a las grandes potencias; y el sometimiento del sur global al norte occidental. Incluso, internacionalistas como el estadounidense Kenneth Waltz sugieren que la “globalización”, impulsada desde los años setentas y acentuada tras la disolución de la Unión Soviética, ha sido la fachada de lo que es en realidad una “americanización”; un proceso que lejos de ser universal y equitativo, ha sido dominado por la influencia y los intereses de Estados Unidos en materia económica, cultural, política y tecnológica.

Como muchos autores han expuesto, la resiliencia del sistema capitalista encuentra la forma de reinventarse y revitalizarse a partir de sus propias crisis. De la misma forma, las grandes potencias, sus líderes y espacios políticos que moldearon y consolidaron el sistema actual, no sólo eluden la responsabilidad de la desigualdad e injusticia que lo caracteriza, sino que la atribuyen a sus rivales políticos.

En este sentido, la conjugación de la impotencia de los organismos internacionales con la falta de creatividad de los espacios progresistas en el plano local, ha dado vía libre al surgimiento de nuevas expresiones de derecha con propuestas reaccionarias a estos fenómenos. Estos espacios han sabido asociar las agendas de un multilateralismo inerte por su propia estructura con progresismos adaptados a un sistema global quebrantado y sin salida, cuya rebeldía ha dejado de ser un rasgo distintivo.

En este escenario las nuevas derechas no sólo han logrado apropiarse de esa rebeldía que durante muchos años caracterizó a la izquierda o los movimientos progresistas; sino que también hicieron del nacionalismo una bandera exclusiva. Los efectos nocivos del globalismo han sido equivocadamente atribuidos a los organismos internacionales, cuando estos han sido neutralizados por el mismo fenómeno. Su debilidad e incapacidad ha sido aprovechada por estos espacios políticos para imponer una visión aislacionista del nacionalismo.

Esto presenta un desafío enorme para los progresismos y para los movimientos nacionales y populares, sobre todo en nuestra región, América Latina. Aquí resulta urgente disputar el concepto de la soberanía, afectado por una concepción errónea del nacionalismo, que lo hace parecer incompatible con la integración y la multipolaridad del sistema internacional. 

En este contexto, el desafío de la integración regional en América Latina se vuelve indispensable para contrarrestar el avance de nacionalismos exclusivos que promueven el aislamiento o el subordinamiento, en lugar de la cooperación y la solidaridad. La identificación y el abordaje conjunto de problemas comunes, como la desigualdad, el cambio climático y la migración, requieren la consolidación de un organismo regional estable que trascienda lo meramente comercial y las divisiones ideológicas. Resulta fundamental pensar en un organismo que, sin dejar de respetar la soberanía de los estados nacionales, fortalezca los lazos entre ellos.

Para ello es vital diferenciar el nacionalismo inclusivo, defensivo del sur global, que busca a través de la integración una mayor autonomia politica y económica, del  nacionalismo xenófobo y etnocéntrico que las nuevas derechas han promovido a raíz del fenómeno migratorio y la desigualdad estructural del capitalismo. 

Los líderes de estos nuevos movimientos en América Latina han promovido discursos violentos y cargados de odio, en búsqueda de fragmentar a las sociedades y la propia región. Esta lógica no hace más que obstaculizar la construcción de una Latinoamérica unida, fuerte y pujante, capaz de hacer frente a las dinámicas globales sin renunciar a su diversidad ni a su independencia. Sólo a través de la integración, América Latina podrá alcanzar el equilibrio entre soberanía y cooperación que exige el contexto internacional actual. La relación entre la soberanía y el multilateralismo debe entenderse como una dinámica recíproca, en la que el fortalecimiento de una implica necesariamente el fortalecimiento de la otra. Implica, también, fomentar la solidaridad entre los pueblos como la gran vía para su desarrollo integral. 

Es crucial hacer énfasis en que el problema no reside en el multilateralismo en sí, sino en su estructura actual y cómo esta afecta la soberanía de los países periféricos; principalmente los del sur global. La integración de los países de estas regiones, su incorporación en la toma de decisiones globales y el respeto de su autonomía en las decisiones locales, permitiría avanzar en un marco complementario que favorezca la cooperación regional e internacional, buscando soluciones consensuadas que atiendan tanto los problemas globales como los particulares de cada región, que afectan a la humanidad en su totalidad.